LECTURA SOBRE FILOSOFÍA POLÍTICA 1103 CAV.
Max Weber:
(1864-1920) “La Política como vocación1
“El político y el científico está integrado
por dos conferencias que fueron dictadas en 1919. En la primera conferencia «La
política como vocación» Weber sintetiza sus aportaciones a la comprensión del
Estado; distingue entre el estudioso de la política y el político, respecto a
éste diferencia entre quien vive «de» la política y quien vive «para» la
política; reflexiona sobre el proceso de burocratización del Estado y la vida
política y sobre el papel cada vez más activo de los partidos políticos y sus
consecuencias para la figura del caudillo en la disputa electoral.
Mientras que en la segunda «La
ciencia como vocación» Weber estudia los avatares por los que atraviesa un
estudiante que pretende consagrarse a la vida científica; cuáles son los
supuestos de la neutralidad valorativa en la producción del saber; las
aptitudes que, tanto en docencia como en investigación, debe tener un profesor
universitario, así como la actitud que, frente a cuestiones políticas, debe
mantener dentro del aula. 2 sentimiento de manejar los hilos de acontecimientos
históricos importantes, elevan al político profesional, incluso al que ocupa
posiciones formalmente modestas, por encima de lo cotidiano." Weber
empieza el discurso con un acercamiento al concepto de política, la cual entiende
como: dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política,
es decir, en nuestro tiempo, de un Estado. Dicho estado sólo es definible
sociológicamente por referencia a un medio específico que él, como toda
asociación política, posee: la violencia física. Max Weber también define el
estado como aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio
(el territorio es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el
monopolio de la violencia física legítima. Existen tres tipos de
justificaciones internas, fundamentos de la legitimidad de una dominación.
En
primer lugar, la legitimidad de la costumbre.
aquí la dominación del hombre por el hombre, encuentra su justificación en el derecho de sangre "yo seré rey por ser su hijo y heredero; dentro de la fuerza de la costumbre también la religión en la edad media jugó su papel pues se le decía al pueblo que Dios disponía quien era gobernante o súbdito en el mundo.
En segundo término, la autoridad
de la gracia (Carisma) personal:
De aquí surge el caudillo, el líder político, aquel que tiene mayor receptividad y simpatía de los votantes para alcanzar el poder, en torno de esta figura se enfila toda la maquinaria política del partido para hacerse con el poder al interior de un estado o territorio.
y, en tercer lugar una legitimidad basada en la “legalidad”,
en la creencia en la calidez de preceptos legales y en la “competencia”
objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas. Max Weber se centra
principalmente en el segundo de estos tipos: la dominación producida por la
entrega de los sometidos al “carisma” puramente personal del “caudillo”. En
ella arraiga, la idea de vocación. Esta figura es vista como la de alguien que
está internamente “llamado” a ser conductor de hombres, los cuales no le
prestan obediencia porque lo mande la costumbre o una norma legal, sino porque
creen en él.
Max Weber, también habla de todas las
organizaciones estatales y las clasifica en dos grandes categorías según el
principio a que obedezcan. En unas, el equipo humano posee en propiedad los
medios de administración, en otras, el cuadro administrativo está “separado” de
los medios de administración, en el mismo sentido en que hoy en día el
proletario o el empleado “están” separados de los medios materiales de
producción dentro de la empresa capitalista. En el Estado moderno se realiza,
pues, al máximo la “separación” entre el cuadro administrativo (empleados y
obreros administrativos) y los medios materiales de la administración. En su
estudio, Weber define al Estado moderno como una asociación de dominación con
carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un
territorio la violencia física legítima como medio de dominación y que, a este
fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de su dirigente y ha
expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos
por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas. 3
Weber, ob.cit., p. 152. 3
Weber también hace una distinción
entre políticos ocasionales y políticos semiprofesionales. Políticos “ocasionales”
lo somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto, aplaudimos o
protestamos en una reunión “política”, hacemos un discurso “político” o
realizamos cualquier otra manifestación de voluntad de género análogo.
Políticos “semiprofesionales” son hoy, todos esos delegados y directivos de
asociaciones políticas que, por lo general, sólo desempeñan estas actividades
en caso de necesidad, sin “vivir” principalmente de ellas y para ellas, ni en
lo material ni en lo espiritual. Weber define además, las comunidades libres,
que no son libres en el sentido de toda dominación violenta, sino en el de que
en ellas no existía como fuente única de autoridad el poder del príncipe,
legitimado por la tradición y, consagrado a la religión. Según dicho sociólogo
hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la
política o se vive de la política. La política según el pensamiento de Weber
puede ser “honorario”, y entonces estará regida por personas “independientes”,
es decir, ricas, y sobre todo por rentistas; pero si la dirección política es
accesible a personas carentes de patrimonio, éstas han de ser un puro”
prebendado” o un “funcionario” a sueldo. Para Weber es importante la evolución
del funcionario moderno, que se va convirtiendo en un conjunto de trabajadores
intelectuales altamente especializados mediante una larga preparación y con un
honor estamental muy desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad. La
evolución se inicia en las ciudades y señorías italianas y, entre las
monarquías, en los Estados creados por los conquistadores normandos. Pero la
cuestión que ahora nos interesa es la de cuál es la figura típica del político
profesional, tanto la del “Caudillo” como la de sus seguidores.
En el pasado los políticos
profesionales estaban al servicio del príncipe en su lucha frente a los
estamentos. Una segunda capa del mismo género era la de los literatos con
formación humanística. Hubo un tiempo en que se aprendía a componer discursos
latinos y versos griegos para llegar a ser consejero político y, sobre todo,
historiógrafo político de un príncipe. Una vez que consiguieron desposeer a la
nobleza de su poder político estamental, los príncipes la atrajeron a la Corte
y la emplearon en el servicio político y diplomático. La cuarta categoría está
constituida por una figura específicamente inglesa: un patriciado que agrupa
tanto a la pequeña nobleza como a los rentistas de las ciudades y que se conoce
por el nombre de “gentry”. Una quinta capa, propia del continente europeo, fue
la de los juristas universitarios, que eran los que llevaban a cabo la
transformación de la empresa política para convertirla en Estado racionalizado.
4 Desde la aparición del Estado
constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el
“demagogo” es la figura típica del jefe político en Occidente. El publicista
político, y sobre todo el periodista, son los representantes de la figura del
demagogo en la actualidad. Mientras que el periodista como tipo de político
profesional tiene ya un pasado apreciable, la figura del funcionario de partido
se ha desarrollado en los últimos años. La empresa política es necesariamente
una empresa política de interesados. Prácticamente esto significa la división
de los ciudadanos con derecho a voto en elementos políticamente activos y
políticamente pasivos. Sólo el periodista es político profesional y sólo la
empresa periodística es, en general, una empresa política permanente. La vida
activa se reduce a la época de las elecciones. Max Weber dice que hay tres
cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la
responsabilidad y mesura. Pasión en el sentido de “positividad”, de entrega
apasionada a una “causa”. La pasión no convierte a un hombre en político si no
está al servicio de una “causa” y no hace de la responsabilidad para con esa
causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita mesura, capacidad
para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la
tranquilidad, es decir, para guardar la distancia entre los hombres y las
cosas. El resultado final de la acción política guarda una relación absoluta
paradójica, con su sentido originario. Lo que importa es que siempre ha de
existir alguna fe, cuando esta falta, incluso los éxitos políticos
aparentemente más sólidos, llevan sobre sí la maldición de la inanidad.
Ponerse después de perdida la guerra quien es
el culpable no es innecesario ya que siempre es la estructura de la sociedad la
que origina la guerra. Ante este hecho, sostiene Weber, hay que actuar con dignidad,
nunca mediante una ética que, en verdad, lo que significa es una indignidad de
las dos partes. Hay que preocuparse de lo que realmente corresponde a política,
el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde en cuestiones, por
insolubles políticamente estériles, sobre cuáles han sido las culpas en el
pasado. Hacer esto es incurrir en culpa política, si es que las hay. Max Weber
dice que todo aquello que se persigue a través de la acción política, que se
sirve de medios violentos y opera con arreglo a la ética de la responsabilidad,
pone en peligro la “salvación del alma”. 5 Weber finalmente concluye diciendo
que la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de
tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y
mesura.
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